jueves, 12 de junio de 2014

Conecta

Hace sol y en pocas horas cojo un avión rumbo a Berlín para disfrutar de su muro y de sus calles. Al fin ha llegado el final de curso y con él mi pereza innata, menos mal que en vez de hacer el esfuerzo por coger papel y lápiz, tengo la posibilidad de estar sentada en la cama,con mi ordenador sobre las piernas, pulsando teclas sin esfuerzo y olvidándome de renovar folios, bolis o preocuparme por la pérdida de lo que haya grabado en mi memoria RAM.
Ahora os presentaré a mi abuela,
Se llama Agustina y siempre irradia felicidad allí por donde pisa, es divertida y muy extrovertida y nunca ha necesitado un móvil para contactar con su familia o personas más queridas.
hace poco me acerqué a su casa, a llevarle unos claveles para que los pusiera al lado de la ventana de su habitación, debajo de mi casa hay un jardín lleno de ellos y pensé que a los vecinos no les importaría que arrancara unos cuantos para ella. Llevaba debajo del brazo a mi fiel compañero y amante, mi iPad, así podría enseñarle las fotos del viaje que hice hace poco a Roma. Tenía de salvapantallas unos claveles, parecidos a los que le había llevado esa misma tarde y me preguntó por qué me conformaba con observar una imagen si podía salir a la calle y contemplarlos e incluso olerlos, mancharme con su néctar y arrancar unos cuantos también para mi propio cuarto; no supe qué responder.
Mi familia siempre se ha dividido en dos, los jóvenes y los no tan jóvenes. Hace una semana decidimos por fin cuándo sería nuestra cena familiar, habíamos tenido que estar esperando un mes ajustando horarios y citas pendientes. Todos los padres y primos tenemos un grupo de WatsApp en el que de vez en cuando nos mandamos alguna foto, nos recordamos que nos queremos, que no echamos de menos y que estamos deseando vernos pero pocas veces solucionamos ese cúmulo de sentimientos. 
Cuando mi abuela decidió abrirnos las puertas de su casa, después de haber estado toda la familia picando algo en el bar de mis tíos que se encuentra justamente debajo de su casa, soltamos todos nuestros abrigos en la entradita y dejándonos llevar inconscientemente por la irracionalidad abrimos los bolsillos y cogimos nuestros móviles para convertirlos en un invitado más a la cena familiar. 
La mesa estaba preciosa, llena de platos de porcelana, vasos de cristal y cubiertos de plata acompañados de su apéndice de tecnología, todos teníamos nuestros móviles en posición, preparados para cogerlos de inmediato si por algún casual nos llegaba algún sonido, alguna luz de alerta o incluso la más minúscula de las vibraciones, incluso mi primo de 5 años tenía el suyo de juguete. 
Comenzamos a comer y entre tanto se oía el murmullo de mis dos hermanos hablando y riéndose, mamá comentaba de vez en cuando que la comida era deliciosas mientras que mis tíos se dedicaban a asentir con la cabeza. 
No sabíamos que decirnos, estábamos en una reunión de personas solas, más allá de la pantalla de nuestro ordenador, de nuestro móvil o incluso de mi pequeño iPad, no existía la vida social. 
Yo no conocía a mi familia y ellos tampoco me conocían a mí.
Llegó el momento del postre y mi prima María recibió una llamada de su novio, obviamente intercambiar cuatro palabras con él era primordial, mucho más que su propia familia.
Después de hacerse de rogar durante más de una hora, en lo que nos había dado tiempo a terminar y a recoger toda la mesa llegó con el rimel corrido y manteniendo las pocas lágrimas que le quedan en el cuerpo. Nos anunció que su novio y ella acababan de cortar y mi abuela ni siquiera entendía lo que estaba pasando. "¿Cómo van a haber roto una relación si no se han mirado a la cara?" María suspiró y bajó la cabeza, entre el hilillo de voz que salía de su boca y nuestro silencio pudimos oír como decía que había sido por llamada telefónica. Agustina nos sentó a todas las primas y a todos los primos juntos y nos contó que ella no sabía lo que era el desamor porque desde que conoció el amor con mi abuelo no había experimentado otra cosa, pero, sin amor no existe el desamor, y amar para ella era pasar tiempo con mi abuelo, salir a la calle y dar un paseo cogidos de la mano, dormir pegados u oír su carcajada acompañada de su sonrisa, mi prima María no podía estar enamorada si los "te quiero" eran leídos y no oídos y las sonrisas se habían transformado en emoticonos, mi abuela le pedía que estuviera feliz por haber salido de una relación tecnológica y no sentimental, y al poco tiempo, lo estuvo.



La Aldea Global es un término acuñado por el filósofo canadiense Marshall McLuhan como expresión de la creciente interconectividad humana a escala global generada por los medios electrónicos de comunicación. 
El término se refiere a la idea de que, debido a la velocidad de las comunicaciones, toda la sociedad humana comenzaría a transformarse y su estilo de vida se volvería similar al de una aldea. Debido al progreso tecnológico, todos los habitantes del planeta empezarían a conocerse unos a otros y a comunicarse de manera instántanea y directa. 
Si McLuhan hubiera conocido a mi abuela hace 50 años y le hubiera contado esta historia, ella se hubiera reído de él sin pensárselo dos veces. Cómo una carta, escrita a mano y con cariño iba a convertirse en aire y conexiones para que en vez de esperar una semana con ganas e ilusión, dedicarse, simplemente a no esperar, mandar y leer, tan sencillo como eso.
Como paradigma de aldea global McLuhan elige la televisión,

un medio de comunicación de masas a nivel internacional, que en esa época empezaba a ser vía satélite.
No hace mucho me narraron el cómo y el por qué de una abuela que la primera vez que vió esa caja iluminando tras el cristal de la pantalla a un hombre informando de las últimas noticias, se levantó y sin dudarlo miró detrás para comprobar dónde estaba el truco, la trampa, como habían sido capaces de meter a ese hombre tan grande en algo tan pequeño y cómo ella lo estaba viendo.

El principio que impera el concepto de aldea global es el de un mundo interrelacionado, con estrechez de vínculos económicos, políticos y sociales, producto de las tecnologías de la información y de la comunicación, principalmente Internet como disminuidor de las distancias y de las incomprensiones entre las personas. Esta profunda interrelación entre todas las regiones del mundo originaría una poderosa red de dependencias mutuas y, de ese modo se promovería tanto por la solidaridad como la lucha por los mismo ideales, al nivel, por ejemplo de la economía y la ecología.

Como veis, la aldea global es una forma de comunicación que ni mi abuela ni las vuestras hubieran podido imaginar nunca, ahora tenemos la suerte de poder utilizarla. Es un nuevo lenguaje, rápido y sencillo, pero como todo lo bueno, si lo utilizamos de forma coherente y en cierta medida.
Me gustan las personas, no quiero levantarme mañana y mirarles a la cara para descubrir que no conozco a mis amigos de toda la vida, que no se cómo son mis padres o qué quiere mi hermano cuando me mira de una forma o de otra.
Quiero ser propiedad de aquí, de mi hogar y del mundo y no de una pantalla táctil.
Quiero ser persona.

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